Ante la obra de Luís Alberto Hernández, se experimentan impresiones de diverso orden, apoyadas por la extrañeza que sugieren, y cuya opacidad se manifiesta en la dificultad para traspasar las capas de signos acumuladas sobre el lecho dorado de los respectivos soportes. El artista escribe su pintura, con el anhelo de convertir la escritura en icono. No obstante, se trata de una caligrafía imaginaria, cuya lectura requiere un aprendizaje en el mismo texto. Por lo tanto, mirar su pintura equivale a descifrar un código que se resiste a ser interpretado. De hecho, está se puede considerar producto del desorden de estilos, que a su vez se encuentra en el origen del mestizaje de la imagen, al que le hace alusión insistentemente Serge Gruzinski, y que caracteriza la confusión que impide distinguir con claridad lo que es arte de aquello que no lo es en la actualidad.
Este desorden se revela positivamente en el trabajo de Luís Alberto Hernández, el cual suele hacer referencia al empeño que ha puesto en la coherencia de su obra. La sintaxis que se activa en sus imágenes se articula estratos de la significación procedentes de diferentes lenguajes o especies de signos, que aparentemente no pueden mezclarse, y de ahí que las superficies sobre las que yacen sus figuras se conviertan en lugar de de contradicción, favorecedor del mestizaje impune. ¿De que figuras retrata? El artista aplaza la evidencia, para poner de relieve el misterio al que se enfrenta estimulado por la idea de las cosas más que por las cosas mismas. La problemática del origen siempre está vigente, por que no pretende resolver el enigma de las primeras causas sino representar su apoteosis con el utillaje que a adaptado a su modo de ser y de sentir.