Bélgica Rodríguez


La producción artística comenzó el siglo XXI batallando por su identidad. Si bien los medios tecnológicos se han adueñado de una buena parte de esa batalla, el arte, el noble arte, no desfallece y para mantener su espacio histórico, sus conquistas y hallazgos, acude siempre al instrumental de guerra que le es inherente: sus valores plásticos. Los buenos artistas y creadores son, y serán, sus gladiadores. La obra de Asdrúbal Colmenárez se declara vencedora, está delante de su generación. Al revisar la historia de este hombre polifacético, se percibe una obsesión por las relaciones entre elementos disímiles y diferenciados que violan normativas convencionales, así como una adicción a las alteraciones de formato, de dimensiones, de materiales y de propuestas únicas y multiplicadoras. Bien sobre el plano o en el espacio físico, plantea contenidos épicos valiéndose de recursos literarios como la Odisea, Ulises o Edipo Rey, o apelando a memorias de viajes o penas de amor y, como en Erotika, obra sensual y sugestiva, a las revelaciones de juegos amorosos en universos oníricos. El observador como intenso voyeur, mira y observa ese juego de íntima desnudez, descubriéndolo por el ojo de una cerradura tras recorrer una intrincada superficie de líneas y manchas de color.

Desde la majestuosidad de los Andes venezolanos, Colmenárez viajó directamente a Paris. Allí estudió en la Universidad de Vincennes con Frank Popper, teórico e historiador del arte cinético, fue su asistente y luego profesor de arte contemporáneo de la misma universidad; a su retiro de la docencia hasta hoy, está dedicado por entero a su trabajo creador. En el trayecto previo al viaje a Europa fue un pintor de tendencia surrealista, pero hacia finales de los sesenta las propuestas cinéticas formaron parte de una intensa investigación que le condujo a elaborar discursos cinético-visuales, cuya lectura final implicó la participación integral del espectador: sensorial y perceptual, psíquica y emocional. A estos factores, se sumó un componente lúdico importante: juego entre artista, obra y receptor. Desde las exposiciones Táctiles Psicomagnéticos (1976), Alfabeto Polisensorial (1978) y Structures manipulables (1981), definió varias constantes para su trabajo, por ejemplo el sentido de lo polisensorial, la escritura visualizada en el grafiti, la letra, la frase o la palabra, el movimiento perceptible en lo fluido, lo cambiante y lo inestable, además del protagonismo del observador. Como artista que trabaja en diversos medios mixtos, se ha expresado en pintura, escultura, relieves, performance, e instalaciones; partiendo de importantes rupturas con ciertos códigos de la re-presentación, se ha fundamentado en estructuras compositivas resueltas de acuerdo a un orden formal, definitorio de una realidad artística simultáneamente figurativa, abstracta y conceptual. Al fragmentar formas, imágenes, color y planos e insertar situaciones visuales aparentemente inarticuladas, su discurso visual descarta conexiones lineales entre lo que muestra y quien lo percibe y siente.

Sus propuestas y hallazgos lo han llevado más allá de las fronteras de las vanguardias históricas y de la contemporaneidad a una post contemporaneidad sin retóricas ni decorados visual o conceptualmente discursivos. Desde sus inicios rompió con la tradición euclidiana de la historia del arte, fundamentando sus desconcertantes en especial sobre postulados cubistas y cinéticos, dos tendencias que contribuyeron a cambiar el rumbo de la historia del arte del siglo XX.

Sus temas, históricamente inalterados, son visibles y legibles gracias a una lectura que quiebra la coherencia normal de un paisaje o escenario (humano, urbano o natural), y en armonía inédita ubica al hombre en él. Buen ejemplo es la serie Penas de amor perdidas (1999), cuando el paisaje urbano fragmentado es reconstruido como cementerio de automóviles sobre la violencia simultánea de planos, en algunos casos endulzado, o diabolizado, por un osito peluche o una parejita de muñequitos plásticos. Esta situación se repite en todo su trabajo, el artista introduce anotaciones, visuales y literarias, superpuestas como en los sueños, que complican significados y contenidos. En Voyage, exposición de 2001, estas anotaciones se oponen a la posible percepción poética de un paisaje por la composición múltiple y laberíntica, en la que manchas de color, líneas, formas, actúan como cortinas yuxtapuestas, o como en El viaje de Ulises y Odyssée night, 2004 y Edipo rey. Laberinto del Ser, 2006, cuando la estructura de la superficie de las obras es más compleja, convirtiendo una épica literaria en una épica visual. La solidez de las resoluciones plástico-formal, del concepto e idea, la obra atrae al espectador por la carga semiológicas de los varios discursos y múltiples significados que allí discurren. Discursos que al ser interpretados como concepto colectivo de identidad, derivan en el encuentro de una génesis artística occidental con una post contemporaneidad.

A la luz de la historia del arte y las tendencias plásticas del siglo XX, Colmenárez propone la discontinuidad absoluta del plano. En el bidimensional, formas y figuras flotan en el espacio, mientras que color, líneas y volúmenes, marcan y delimitan ese espacio. En lo tridimensional, esta discontinuidad se presenta en las transiciones entre volúmenes, algunos trastocados por desconcertantes añadidos en flagrante oposición de lo sólido con lo blando, lo pesado con lo liviano. El artista no sintetiza sus experiencias, todo lo contrario, las barroquiza. Un análisis y reflexión conduce a considerar esta obra como resultado de importantes alusiones a las vanguardias históricas, a diversas temáticas y a una concepción estética del hecho visual basado en el horror al vacío, expresado todo en estructuras de múltiples planteamientos, cuando, apropiándose de la historia moderna y contemporánea del arte, hace suyo el cubismo, surrealismo, cinetismo, action painting, abstraccionismo, expresionismo y en tono épico provoca y genera grandiosidad. Como en los sueños, entremezcla situaciones, las une en tejidos entrecortados e integra a conjuntos de imágenes superpuestas, yuxtapuestas, enlazadas, a las que el espectador tiene acceso solo por una rendija de su capacidad perceptiva. Violencia? Por supuesto. Esta superficie es tan violenta como aquellas que han cambiado el curso de una historia, pero se intuye la ternura de quien encuentra la noción de un orden divino. Dentro de un aparente desorden volcánico, el artista expresa armonía y balance. El suyo es un universo creador resuelto en dos vertientes: el abandono y la búsqueda de la perfección, instancias en las que se inscribe, como connotación significativa, lo más íntimo del ser humano y sus circunstancias.

En Erotika, dos son las obsesiones de Colmenárez: lo erótico como tema, resuelto visualmente en el complejo plástico-formal de la estructura compositiva y la exacerbación de una técnica mixta que prácticamente llega al borde de lo inaceptable: sólido conjunto de entramado surrealista sustentado sobre la relación, inconsciente y automática, de imágenes que flotan entregadas a un glorioso juego amoroso. Pasiones y deseos que derivan en lo prohibido, solitarios personajes unidos por un universo casi amorfo.

En obras como Intemporal, Ayer, hoy y mañana y Homenaje a Courbet, el juego es claro, los personajes suspendidos en el vacío se entregan unos a otros empujados hacia el espectador por veladuras, transparencias y cruce de formas, colores, líneas, letras, frases, círculos y muchos otros elementos.

A propósito de esta exposición, el artista menciona su interés, e incluso inspiración, por la literatura erótica de George Bataille (1897-1962). Pero lo erótico en su obra plástica no es nuevo como presencia, atmósfera y energía; mientras que Bataille construye un monumento literario definido como extraordinario ejemplo de novela gótica del Siglo XX, Asdrúbal Colmenárez construye un monumento de gran riqueza y exuberancia visual que podría también definirse, al estilo Bataille, como “gótico”. En Erotika, el artista controla su universo “gótico”; a través de atmósferas íntimas y formatos domésticos, recorre caminos de escondrijos y recovecos, saca de los armarios, hurga en la memoria personal y colectiva y con imágenes de expresionismo vehemente y reflexivo, construye escenarios abstracto-figurativos de significados polisémicos; al llevar el collage a riqueza y exuberancia extremas, muestra su sólido desafío a las convenciones académicas del arte. Refiriéndose a la literatura de George Bataille, Octavio Paz, habla del rechazo del escritor a la inexpugnable ciudadela de dogmas, precisamente lo que Colmenárez se ha planteado al recurrir a la violencia visual, a la agresión temática, a la sensualidad de lo punzante en contraposición a lo curvo, al sexo impúdico, al humor agrio, a los cuerpos desnudos que se contorsionan en ritmos sensuales, sin antagonismos ni subordinaciones, ellos y las imágenes están allí, viven una vida propia.

Asdrúbal Colmenárez no ha sido víctima de los dioses como Ulises o Edipo, todo lo contrario, está protegido por ellos. Su obra responde a una vocación de independencia, de libertad y desafío, de retos y riesgos, prerrogativas solo del creador. Creativo y humano, ha conducido su obra a momentos estelares, emprendiendo muchos viajes, primero desde su propia vida, luego desde sus memorias, existenciales, poéticas y artísticas; es desde allí que el trashumante hombre y filósofo del arte y la vida, teje la red en cuya sombra se oculta para aparecer resplandeciente en la luz de un trabajo de arte.

Caracas, abril de 2008