El pintor, escultor y ceramista cubano revela el lado mágico, mítico y animal de su obra, en la que están muy presentes su infancia en el campo cubano y el drama de su país

CAMILA MENDOZA
Diario Las Américas.
Miami. enero 2014.

La primera llave la entrega al lanzar un comentario perpetuo con el que marca un punto para él decisivo: “Los pinareños somos una condición, después somos cubanos”, dice el artista con humor y también con una certidumbre que prevalecerá en toda esta entrevista.
Resulta difícil saber qué destacar de él debido a la riqueza de su obra y su carácter. Con Carlos Luna me ha ocurrido como ante un gran banquete de los sentidos: ¿Por dónde comenzar?

Apasionado y obsesivo en su oficio, es un hombre de costumbres arraigadas que nació en Pinar del Rio y que a temprana edad adquirió una excelente educación en las disciplinas plásticas en La Habana, pero su primer contacto con el arte no es académico, viene del altar de su abuela y del llano cubano.

“Disfruto de los beneficios que me da la gran ciudad, pero realmente soy un hombre de campo”, afirma al hablar de su vida y del guajiro, un personaje del que trabaja su aspecto psicológico. “Pintar al guajiro es una manera de hablar de la gente de mi pueblo y de hablar de mí, sin tener que hacerme un autorretrato”.

Sus piezas son parte de la mejor cara de Miami, donde las siluetas de sus trabajos se están haciendo cada vez más comunes y reconocidas gracias a obras como la escultura War-Giro, que preside el Bass Museum of Art de Miami Beach.

En su caso y rebatiendo a los teólogos, la belleza no llega a través de la vista, llega por los oídos, cuando sus colores y sus líneas van configurando piezas sonoras, algunas de ellas abigarradas de elementos y acompañadas de palabras inventadas, que constituyen la clave para entender cuadros tan entrañables como Empingated. “Las palabras son un elemento plástico más dentro de mis cuadros”, aclara Luna, mientras enseña sus punturas más íntimas cargadas de poesía visual y musicalidad.

Periplo migratorio
Las influencias que resaltan con fuerza en sus trabajos provienen del mundo afrocubano, popular y del arte mexicano. Cada pieza habla de cómo Luna compone su memoria, cómo narra sus viajes y cómo defiende su espacio y su libertad.

Su obra es una y muchas a la vez, miles de figuras. Cientos durante el día, otras durante la noche. No se trata de ese arte que, por sus dificultades, suele ahuyentar a algunos lectores. Su trabajo es cercano a nosotros en el tiempo. No es un símbolo abstracto, su obra está ahí, existe, y está dedicada en buena parte a la gloriosa señora de sus pensamientos, su patria.

Cuba es uno de los puntos neurálgicos de su trabajo que con frecuencia toca, manipula y cuestiona. Sin duda, muchas de sus piezas no podrían existir sin la tragedia del exilio. “Mi proceso creativo siempre está sujeto a mi entorno. Soy un observador, no puedo evadir la realidad. Todos somos políticos, el no tomar partido es también asumir una posición, pero la política no es el centro de mi trabajo”, aclara Luna al ser consultado por el tema.

Nuevos hallazgos
Luna concede parte de esta entrevista en su estudio convertido en un 'laboratorio' de experimentación artística, allí es donde hasta hace poco pasó la mayor parte del tiempo buscando el modo de sustituir el papel amate, hasta que terminó creando un proceso técnico sobre papel, con el cual alcanzó un impecable acabado similar al de una tela gracias a que incursionó en un proceso previo al Renacimiento, sólo que con materias primas actuales.

“Es un trabajo muy duro, imagínate que en esto me pasé un año y medio, período en el que al mismo tiempo tuve que seguir trabajando porque tengo que comer y seguir vendiendo”.

El 2014 se vislumbra prometedor ya que Luna experimentará con materiales nuevos, muchos de los cuales desconoce totalmente. Probará con el vidrio y con un nuevo tipo de cerámica; planea levantar piezas monumentales en bronce y prepara una de las exposiciones más importantes de su carrera, que presentará en pretigiosas instituciones de EEUU.

En todas sus pinturas, de distintos colores, siempre acompañadas de la eterna irrupción de lo femenino, el artista nos muestra su rostro más sobrecogedor, el de un siervo que se hizo libre; el de un rumbero al que la música lo ayuda a crear imágenes sugerentes y provocativas, que penetran y resplandecen.

¿A quién vemos en su obra? A Carlos Luna, un Guajiro-Hombre que habla a través de sus obras.

Osmín Martínez, subdirector de Diario Las Américas, contribuyó a este reportaje.